Ayer, aprovechando que Manuela se había quedado dormida, me recosté y dormí un rato porque estaba agotada. Cuando me desperté, estaba enferma con uno de esos virus que se te mete en los huesos y hace que te duela hasta el dedo chiquito del pie. Además, estaba prendida en fiebre y tenía tanto frío que tuve que ponerme sweater, bufanda y medias (vivo en una isla y es pleno verano...definitivamente no estaba sintiéndome bien). A todo esto hay que sumarle que Manuela, después de una siesta de casi 2 horas, se despertó con las pilas súper puestas y yo, aunque hubiese querido quedarme arropada en cama, me tiré en el mini playground que le improvisé en la sala, a jugar con ella y a ver "Playhouse Disney".
Como frente a Manuela debía asumir el papel de adulta que se siente bien, cuando Juan me llamó, me transformé en una niña mingona y enferma. Además de decirle que estaba prendida en fiebre, le pregunté si podía hacerle una "listica" para que me trajera unas cosas del mercado (antojos de enferma).
Manuela seguía jugando y yo cada vez me sentía peor cuando llegó Juan como con 5 bolsas que tenían todo lo que yo le había pedido: agua, sopitas chinas, jugo de manzana, sorbete de mango, uvas, gelatina y las medicinas. No solo eso, sino que después de un largo día de trabajo, se encargó de bañar y dormir a Manuela, me hizo la sopa y estuvo pendiente de mi hasta que me dormí.
Fue cuando Juan llegó a casa, que yo comencé a sentirme mejor y entonces me di cuenta que el "Manuela y Yo" siempre ha estado incompleto porque sí, Manuela me ha hecho madre, pero es Juan quien me ha ayudado a poder serlo y quien me ha enseñado que entre los dos todo es más fácil, placentero e incluso divertido. Definitivamemte nada sería igual si él no estuviera y la verdad es que desde hace 7 meses SIEMPRE hemos sido "Juan, Manuela y Yo".
¿Eres o vas a ser mamá? ¿todo es nuevo para ti y tienes mil dudas y mil cosas que contar? pues, yo estoy igual que tú y como tengo muchas ganas de compartirlo, ya mismo voy a comenzar...
miércoles, 27 de julio de 2011
viernes, 22 de julio de 2011
Un día de "Spa"
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Cuando se decide dar lactancia exclusiva, resulta muy difícil establecerle horarios de comida al bebé; nunca sabes a ciencia cierta cuando le va a dar hambre. Por esta razón, se me hace imposible dejarle a Manuela a alguien para que la cuide de a raticos, porque no sé cuando va a comenzar a llorar por comida. Hay veces en que aguanta 4 horas sin comer y otras en que a la media hora de haber comido, quiere comer de nuevo.
Manuela ya tiene 7 meses, los mismos 7 meses que yo tenía sin pisar una peluquería, spa y/o afines sin que fuese rapidito y escogiendo entre hacerme las manos o los pies.Nunca los 2 al mismo tiempo porque me tomaría mucho tiempo.
Ya había hecho cita para limpieza de cutis en dos ocasiones pero tuve que cancelarla a último momento porque no logré coordinar con Juan para que me acompañara. El viernes pasado, ya desesperada y atemorizada de convertirme en un punto negro con patas, le pedí a Marianita, mi primita, que me acompañara y aceptó gustosa.
Cuando lo planifiqué, yo muy optimista pensé " ya Manuela está más grandecita, se sienta...le ponemos sus juguetes y seguro se distrae y aguanta la hora completa, y yo puedo hacerme mi limpieza tranquila".
Pues, nada más lejano de la realidad. Los primeros 10 minutos transcurrieron de maravilla: logré colocarme la bata, acostarme en la camilla y comenzar con la parte del vapor pero cuando ya había mordisqueado todos sus jugueticos, por más que Marianita intentó distraerla, Manuela comenzó a quejarse porque quería que yo la cargara y no hubo canción, juego o perolito que la hiciera cambiar de parecer.
Total es que lo que comenzó siendo un plan para desconectarme, se convirtió en una de las grandes lecciones que he obtenido en estos 7 meses: cuando tienes hijos pequeños, por más que tengas todo planificado, cualquier cosa puede pasar, incluso en el último momento, así que en lugar de frustrarnos y estresarnos, lo mejor es darle la vuelta para que todos (o en este caso, Manuela y yo) salgamos contentos.
Aunque los planes no salieron como los tenía en mi cabeza, al final logré hacerme mi limpieza y Manuela estuvo feliz encima mío inspeccionando como me pellizcaban la nariz.
P.S: Marianita, gracias por acompañarnos en nuestro día de "spa".
jueves, 14 de julio de 2011
¿A Quién se Parece?
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Si bien es cierto que mientras estamos embarazadas lo único que realmente nos importa es que nuestro bebé nazca sano, es inevitable preguntarnos cómo va a ser y a quién se irá a parecer cuando nazca, tanto, que llega a convertirse en el "trending topic" familiar:
¡Ojalà saque los ojos de su abuela!
¿Irá a ser alta?
Ojalá no saque mis pies...
Segurito que va a tener el cabello rizado.
Yo solo pido que tenga hoyitos cuando sonría
Dígame si sale rubia como mi hermano.
En fin, nos pasamos 9 meses haciendo apuestas y el día que nace, aùn no ha abierto los ojos, cuando ya afirmamos que "¡es idéntica a su papà!".
En el caso de Manuela, yo jamás logré dibujarla en mi mente por más que intentaba, sin embargo, siempre creí que iba a parecerse a mi porque aunque no sé nada de genética, al parecer los genes de mi papá son dominantes y yo soy muy parecida a él y asumí que así sería. Por su parte, Juan pasó diciéndome todo el embarazo "¿Te imaginas que tenga los ojos claros como mi mamá?" a lo que yo respondía sin titubear "mi vida, olvídate de eso, tú y yo tenemos los ojos oscuros. Estoy segura que Manuela va a tener los ojos marrones y el cabello rizado como tú y como yo".
Nació Manuela y a parte de corroborar que mis conocimientos de genética son nulos, me sorprendí muchísimo porque es exacta a su papá, con los ojos claros como su abuela y todo apunta a que va a tener el cabello liso.
Los bebés cambian cada día y a medida que pasan los meses sus facciones se han ido definiendo. Ya no cabe duda que la forma de los ojos y la boca, son de su papá, la nariz parece ser una combinación, los pies y las manos los sacó a mi sin lugar a duda, tiene un hoyito del lado derecho igual a su abuela (mi madre), el pelo liso y castaño claro es de su tío, el hermano de Juan y las orejas aún siguen siendo un misterio y mientras tratamos de encontrar a quíen las sacó, mi mamá, abuela chocha y orgullosa, dice que parecen "dos alitas de mariposa".
Tan solo tiene 7 meses y supongo que Manuela seguirá cambiando. Al final si sale a mi, si sale a su papá, a su abuela o a sus tíos, no lo sabemos a ciencia cierta, pero de lo que no me cabe la menor duda, es que su sonrisa y su simpatía, la hacen realmente única.
sábado, 9 de julio de 2011
Días de Quebranto
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Tengo una semana y 1 día sin escribir, justo 8 días que coinciden con los 8 días que Manuela tiene enfermita (nada grave gracias a Dios) aunque a mi me han tenido un poco descontrolada. Quizá sea la inexperiencia, tal vez el escucharla llorar y no saber a ciencia cierta qué le duele o simplemente la condición de mamá, pero el caso es que no he tenido cabeza para muchas otras cosas.
Manuela ha sido una bebé muy sana, como diría su papá "no le cae ni coquito" pero bastó y sobró que nos fueramos de viaje para que el aire acondicionado de los aviones y los cambios de temperatura borraran su récord de 7 meses sin saber lo que era tan siquiera un quebranto.
Como mamá primeriza que soy, siempre me preguntaba "cuando a Manuela le de fiebre ¿cómo me voy a dar cuenta?" "y el termómetro, ¿se lo sabré poner?" "y si algo le duele ¿cómo la ayudo?"... parece increíble que cuando nació la veía tan pequeñita y yo me sentía tan inexperta pero ahora, tan solo 7 meses después la conozco a la perfección.
Ya he dicho que Manuela es una niña sumanente alegre y risueña, tan risueña, que hasta cuando llora, se ríe (y no estoy exagerando) así que en cuanto la vi tan seria, supe que algo no estaba bien. Además, durmió una siesta eterna y ni los ladridos desesperados de Luca la despertaron. Su llanto era completamente diferente y ponía una carita de dolor que me partía el alma.
Es cierto que cuando son bebés no pueden decirnos qué están sintiendo y qué les duele, pero pienso que como mamás, la clave está en no desesperarnos y confiar en nuestra intuición; nadie, absolutamente nadie, va a conocer a nuestro bebé mejor que nosotras.
viernes, 1 de julio de 2011
Un Antes y Un Después
Sospechas que estás embarazada. Te haces la prueba. Da positivo. A partir de ese mismo momento, debes comenzar a adaptar tu cuerpo, tu mente y tu estilo de vida a esta nueva condición que además es totalmente desconocida. Si fumas, debes dejar de hacerlo, las copas de vino se reducen a 2 por semana, tienes que tomar vitaminas todos los días y controlar el apetito voraz para intentar engordar tan solo un kilo por mes... ¡nada fácil!
Cuando ya nace el bebè, la cosa incluso se intensifica. Todo, absolutamente todo lo que era tu vida anteriormente, ahora està modificado. Ya no son solo tu esposo y tú en casa (o tu esposo, tú y tu perro como era mi caso); el cuarto de huéspedes o la biblioteca dejan de existir y ahora estàn pintados de algùn color pastel; en la cocina, justo al lado de la cafetera, ahora están los teteros y el esterilizador; la sala que antes estaba llena de libros de arte y adornos, ahora tambièn tiene juguetes y peluches que chillan cuando sin querer los pisas...y pensar que esto que estoy nombrando es lo más sencillo de asimilar.
Antes te trasnochabas porque te daban las 3 de la madrugada tomando vino con unos amigos. Ahora te lo piensas dos veces antes de hacerlo porque sabes que a más tardar las 6:30 de la mañana estarás cambiando pañales y dando tete. Cuando encuentras un huequito para ir a la pelu porque ya no te soportas ni tú de lo feos que tienes los pies, ya no es como antes que te tomabas un café y te relajabas mientras te los ponían a remojar en la poncherita. Ahora, vas apurada mientras el bebè duerme y le pides a la manicurista que por favor no se demore mucho para ver si te da chance de aprovechar y sacarte las cejas. Ni hablar del cine y las cenas en restaurantes. Esas quedan postergadas hasta nuevo aviso.
Todos éstos son los cambios que están a la vista, los del día a día, pero por dentro también comenzamos a sentir una montaña rusa de emociones que suben y bajan, que van y vienen. Sentimos que el amor no nos cabe en el pecho cuando vemos a esa cosita diminuta y de repente, un sentido de responsabilidad nos invade y nos planteamos si lo estamos haciendo bien.
Pasamos del frenesí, al amor y del amor a la duda y de la duda al miedo y del miedo a la culpa y luego otra vez al amor....y así vamos, y el caso es que no llegamos a relajarnos del todo, porque siempre estamos pensando en ellos y para ellos. Sin embargo, entre tanto cambio y tanta pregunta, jamás llegamos a preguntarnos "¿estará valiendo la pena?" porque así como ahora todo es diferente, ya nada seria igual sin ellos.
Cuando ya nace el bebè, la cosa incluso se intensifica. Todo, absolutamente todo lo que era tu vida anteriormente, ahora està modificado. Ya no son solo tu esposo y tú en casa (o tu esposo, tú y tu perro como era mi caso); el cuarto de huéspedes o la biblioteca dejan de existir y ahora estàn pintados de algùn color pastel; en la cocina, justo al lado de la cafetera, ahora están los teteros y el esterilizador; la sala que antes estaba llena de libros de arte y adornos, ahora tambièn tiene juguetes y peluches que chillan cuando sin querer los pisas...y pensar que esto que estoy nombrando es lo más sencillo de asimilar.
Antes te trasnochabas porque te daban las 3 de la madrugada tomando vino con unos amigos. Ahora te lo piensas dos veces antes de hacerlo porque sabes que a más tardar las 6:30 de la mañana estarás cambiando pañales y dando tete. Cuando encuentras un huequito para ir a la pelu porque ya no te soportas ni tú de lo feos que tienes los pies, ya no es como antes que te tomabas un café y te relajabas mientras te los ponían a remojar en la poncherita. Ahora, vas apurada mientras el bebè duerme y le pides a la manicurista que por favor no se demore mucho para ver si te da chance de aprovechar y sacarte las cejas. Ni hablar del cine y las cenas en restaurantes. Esas quedan postergadas hasta nuevo aviso.
Todos éstos son los cambios que están a la vista, los del día a día, pero por dentro también comenzamos a sentir una montaña rusa de emociones que suben y bajan, que van y vienen. Sentimos que el amor no nos cabe en el pecho cuando vemos a esa cosita diminuta y de repente, un sentido de responsabilidad nos invade y nos planteamos si lo estamos haciendo bien.
Pasamos del frenesí, al amor y del amor a la duda y de la duda al miedo y del miedo a la culpa y luego otra vez al amor....y así vamos, y el caso es que no llegamos a relajarnos del todo, porque siempre estamos pensando en ellos y para ellos. Sin embargo, entre tanto cambio y tanta pregunta, jamás llegamos a preguntarnos "¿estará valiendo la pena?" porque así como ahora todo es diferente, ya nada seria igual sin ellos.
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